El negocio es ser asambleísta Por: Nina Osorio

Por: Nina Osorio Villavicencio
“Si a mí me encuentran que he robado veinte centavos, me pego un tiro”, decía Rafael Correa, calificado como Jefe de una banda criminal por la Fiscalía de la Nación, cuando se inició el juicio que ahora ha ratificado la sentencia de ocho años de cárcel. Raúl Tello dice lo mismo, “si a mí me encuentran que he recibido un centavo, renuncio a la Asamblea”, cuando ha sido inculpado ser parte del “Gran reparto” y llamado a declarar por parte de la Fiscalía dentro del juicio que por delincuencia organizada se sigue en contra de Daniel Mendoza, ex Asambleísta preso.
El Gran Reparto deviene de las componendas, de las cuotas de poder en las provincias, de facilidades para acceder a la contratación pública y también de dinero en efectivo como revela la conversación telefónica entre Daniel Mendoza y Eliseo Azuero.
Mendoza y Azuero han sido calificados por la fiscalía como jefes de una banda delincuencial cuya contraparte sería el régimen de Lenin Moreno al puro estilo de los “acuerdos de la regalada gana”. A título de gobernabilidad, de alianzas circunstanciales, consensos y votos en el legislativo, el régimen habló con los honorables cuestionados y repartió el país a pedacitos. Literalmente, prorratearon como si fuera propio, el patrimonio de los ecuatorianos.
La Asamblea Nacional vuelve a ser el escenario hostil del amarre, la componenda, del negocio de favores. En el bloque de Eliseo Azuero están algunos asambleístas que ya fueron “colegas” en tiempos de la partidocracia, ellos se unieron para hacer lo que aprendieron del viejo Congreso; entonces se explica por qué Eliseo Azuero prefirió reunir en su bloque a disidentes de tiendas políticas, a honorables que no aceptan ningún control sobre sus actos.
No hay institución democrática en el país que pase la prueba de limpidez. La Asamblea Nacional es el epicentro de la hecatombe; en el gran reparto siempre ponen su cuchara algunos asambleístas que conocen de memoria el mecanismo con que operan sus, (a la final), cómplices desde el poder central, son expertos en hacer de la mentira, su escudo.
Son acreditados honorables mientras no se les pille en sus andanzas; se convierten en gazapos cuando se les pesca trafasías, les gusta llamarse independientes, que nadie les audite, ni les exija cuentas, ni dónde están, ni que hacen; les encanta los pactos de trastienda, saben que ser asambleísta es buen negocio, que “el negocio es ser asambleísta”.
Un pequeño descuido y las piezas del dominó se desgranan, los diálogos (en principio negados) entre Daniel Mendoza y Eliseo Azuero son lapidarios, revelan que los involucrados actuaron en contubernio, que son parte de una trama de componendas y complejos paralelismos con el poder Ejecutivo.
El “BADI” (Bloque de Acción Democrática Independiente), no es una unidad casual, es un grupo de presión que nunca da nada; son fanfarrones a la espera de jugosas recompensas. Ellos saben que sus votos son decisivos, son el blanco perfecto para concretar el amarre. A ellos por ejemplo, no les interesa la calidad de sus asesores, les interesa sí, personas que les hagan bien los mandados, que les sean fieles y estén dispuestos a esperarlos en las afueras de sus chanchullos.
Lo que relatamos en esta crónica es parte de la misión que tiene el periodismo para incriminar a los sepulcros blanqueados, corruptos de gabardina y a los cancerberos del averno, es nuestro grito para ennoblecer la verdad hecha palabra y descifrar los vocablos que esculpen las frases que han de forjar nuestra historia.