“Hubo como más de 30 muertos, disculpe la palabra, pero había gente que moría, cogían y envolvían con sábanas, a los familiares les daban $10.000 o $5.000 mil dólares y enterraban como a perros”. Migrantes y comuneros empobrecidos murieron sepultados después ingresar a orificios de 8 o 10 metros de profundidad hechos con las retroescavadoras para batear.
Los 30 no tienen rostro, eran esclavos de la minería ilegal que se quedaron ahí para siempre, murieron aplastados o golpeados por piedras por conseguir unos gramos de oro para sus lacayos. Y ahí los enterraron, rápido, sin tanto trámite, y luego los mineros ilegales compraban el silencio de las familias a cambio de oro o unos cuantos miles. Nadie veló a esos muertos, solo asistieron como testigos el río Jatun Yaku y Yutzupino en la provincia de Napo.