El tiempo no podrá borrar estos hechos, que tienen una marca de su responsabilidad por haber destruido la paz de este país.
Esta vez no quiero escribir una columna con un análisis académico o técnico. Lo quiero hacer como una manifestación de lo que siento y creo. Los últimos días en el Ecuador han sido nefastos, llenos de indignación, impotencia, pero sobre todo mucha tristeza.
Uno de mis últimos actos como canciller de la República fue una comparecencia ante la Comisión de Fiscalización de la Asamblea Nacional, para informar detalles de la fuga de la exministra sentenciada por corrupción, María de los Ángeles Duarte. En aquella ocasión, de manera reservada, di detalles sobre algunos elementos de la extradición solicitada al Reino de Bélgica del expresidente Rafael Correa, actualmente prófugo de la justicia.
Unos días después de haber estado allí, Fernando Villavicencio me solicitó más información. Me dijo que debo cuidarme, que no conozco los alcances que tiene esa estructura. Le dije que valoraba mucho la pelea que él estaba dando y me dijo terminantemente: “a mí solo me callarán cuando me maten”.
No pensé que serían capaces de hacerlo. El legado de Fernando Villavicencio no puede acabar aquí. Todos somos responsables de continuar su lucha en nuestros campos de acción. El periodismo debe continuar con valentía investigando al poder, sin miedo. Los legisladores deben ser honestos y fiscalizar al poder, quien sea que esté en él, con justicia y libertad. Los empresarios, los padres, todos. Todos debemos emular a Fernando Villavicencio.
Se discutirá mucho sobre los autores materiales e intelectuales de este hecho. Pero no hay duda que hay una responsabilidad directa sobre quien durante tantos años, con su odio y su perversa personalidad, lo puso en la mira de la venganza. Difícilmente podrán alejar de su conciencia tantos epítetos que lanzaron contra Fernando Villavicencio. Tantas veces que lo amenazaron, que lo persiguieron.
Lo mató también el odio. Así como por vanidad y ego, por una operación comunicacional denominada 30-S murieron tantos inocentes. La historia se escribirá con ese legado. No el de las carreteras, no el de los puentes, ni siquiera por la inmensa corrupción de sus gobiernos o el financiamiento de las FARC a una campaña. El tiempo no podrá borrar estos hechos, que tienen una marca de su responsabilidad por haber destruido la paz de este país.
Ojalá decida retirarse para reflexionar en lo que nos metió. Sus traumas personales, familiares, terminaron afectando la conducción del bien común. Es hora de que deje en paz al Ecuador. Que no lo siga destruyendo. El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente, decía Lord Acton. A veces uno no se da cuenta de lo que ha creado. Este ha sido un punto de inflexión en la historia del país. El influjo psíquico, como concepto jurídico, no es motivo de broma.
Pancho Huerta lo advirtió hace muchos años: se estaba forjando un narcoestado. La salida de la base de Manta, la destrucción de los sistemas de inteligencia, la relación con algunos grupos criminales, solo eran el inicio. Fernando Villavicencio lo denunció con evidencias posteriormente.
Que tu recuerdo Fernando, traiga paz y unidad al Ecuador. Que pueda haber líderes ejemplares que arreglen esta situación. Tu muerte no puede ser en vano.